Por: Bartolo Ramón Hernández Barrios (Hochiminh)
La Guaira, diciembre 2023.
Comenzaré por señalar que la persistencia o prolongada esclavización de las mujeres es un capítulo de la historia de la humanidad para el cual hay que seguir buscando su cierre o conclusión final; para poder decir, ha terminado un oscuro momento de la página de mayor desvalorización de la mujer en la historia de la humanidad: hemos vencido y ahora se abre el camino de la redención y emancipación de la mujer en su forma más integral y humana.
La esclavización de la que les hablo, tiene su forma más expresiva en la invisibilización de la mujer para asumir roles en la sociedad, se valora más la capacidad de la reproducción biológica, su uso comercial y su desempeño en los cuidados del hogar. Desde el punto de vista histórico, hasta en los llamados filósofos occidentales se registra la sumisión de la mujer; basta revisar en el pensamiento de Aristóteles, quién fue el primero en dar una «explicación» biológica y sistemática sobre el género femenino, indicando que “La hembra es hembra en virtud de cierta falta de cualidades. Es un hombre inferior. La naturaleza sólo hace mujeres cuando no puede hacer hombres” (Mujeres con ciencia, 2015). Esta declaración amplió las brechas y la fuerza de esos prejuicios influyeron en los filósofos naturales del siglo XVII quiénes concordaron con este juicio de valor y la nueva filosofía siguió siendo una actividad exclusivamente masculina.
En el 2013, Ramón Grosfoguel, en uno de sus artículos afirma como el conocimiento producido por las mujeres (occidentales y no-occidentales) sigue siendo inferiorizado y marginado del canon de pensarmiento (Grosfoguel, 2013).
A pesar de que la historia escrita por hombres occidentales las haya invisibilizado, muchas mujeres han trabajado y siguen trabajando extraoficialmente, siendo partícipe en los orígenes de la ciencia; existen registros de mujeres en la astronomía, botánica, zoología y otras disciplinas propicio es el momento histórico para recordar los señalamientos y acusación de brujería que se les hacía a las mujeres investigadoras, provocando la práctica de la inquisición a la mal llamadas "mujer-bruja", mientras sus pares varones eran considerados médicos o sabios, una discriminación que no tuvo ocultamiento y se propiciaba desde las instituciones mismas. La cultura de ese capítulo no está cerrado aún, y la mujer ha tenido que seguir dando incesantes batallas por su reconocimiento en todas las esferas de la sociedad.
La tan reconocida sociedad del conocimiento, con su profunda y arraigada concepción patriarcal, las ha etiquetado y cualificado axiológicamente en función de la clase social, color de piel, etnia, epistemología, procedencia geo histórica y religión y han sido, precisamente estos prejuicios tan persistentes y evidentes que se ponen de manifiesto en el tratamiento que se les ha dado para reconocer su participación en el desarrollo de la sociedad capitalista.
Lo anteriormente expresado, deja en evidencia que, en la lógica del capitalismo desarrollista, las mujeres no gozan de las mismas oportunidades ni reconocimientos que los hombres. La concepción dominante que aplica un paradigma y un enfoque hegemónico y mercantilizado en función de la venta de la figura corporal; proyectan como exitosas a actrices y modelos, se dejan oír comentarios y expresiones sexistas, como “Ud. es muy buena para ser mujer, no parece una mujer” (Hebe Vessuri & María Victoria Canino, 2017).
Más tardíamente se planteó una reflexión teórica y conceptual sobre la problemática del género femenino en la ciencia. Muy rápidamente, las feministas comenzaron a ver y a explotar el poder analítico de la distinción del género “para cuestionar la naturalización de la diferencia sexual” dando origen a la creación de nuevos paradigmas (Guil Bozal, Ana. 2008, pp. 213-232).
El panorama de participación femenina en pleno siglo XXI, en el llamado mundo desarrollado bajo el sistema capitalista, no es diferente, salvo algunas pocas excepciones, con grandes pasos de avances hacia mayor inclusión de la mujer, caso la República Bolivariana de Venezuela y algunos países latinoamericanos Según datos proporcionados por la Unesco para el 2015, las mujeres representan el 33% de los investigadores en el mundo, frente al 30% en 2014 y el 27% a finales de la década de 1990. Pero "sólo 18% de los puestos científicos de alto nivel son ocupados por mujeres en Europa y sólo el 12% de los miembros de las academias nacionales de ciencias en el mundo son mujeres". En Latinoamérica, el porcentaje es más alto, por ejemplo, en Bolivia, se calcula que las mujeres son el 63% de quiénes investigan, en comparación con Francia (26%) o Etiopía (8%), y países como Venezuela (54,5%), Trinidad y Tobago (52,9%), Argentina (51,9%), Paraguay (51,8%) y Uruguay (51,0%) tienen más de la mitad de su población de investigación constituida por mujeres (Hebe Vessuri & María Victoria Canino, 2017).
Algunos documentos y estadísticas publicadas por la ONU y la Unesco dan cuenta de que las mujeres en combinación con la presión social generada por organizaciones feministas y mujeres, han propiciado el debate para el reconocimiento de la mujer en la ciencia, la tecnología, así como otros saberes y haceres, exigiendo sus derechos para formarse, acceder a cargos de decisión, liderar proyectos y disminuir la brecha de oportunidades que tienen en comparación con su par productivo que es el masculino.