Con inevitable asombro y alegría, tras 20 días de operados, “descubrimos” que podíamos escribir en una pantalla de computadora en punto 11, luego de varios años haciéndolo en 22, lo cual pudiera parecer banal, para quienes no hayan sufrido de cataratas.
Todavía incrédulos, desempolvamos libretas para reencontrarnos y entender de nuevo aquellos viejos jeroglíficos –más ilegibles que los de los médicos-, con los cuales amorosamente nos auxiliábamos en pautas a casi 200 kilómetros por hora –como en una entrevista con Jhonny Cecotto- o en desgarrados poemas para una dama, garabateados en una servilleta en la penumbra de algún desvencijado bar, en nuestros ya lejanos tiempos de bohemia.
Todo y más, nos inundó cuando reiniciamos el vital oficio de leer y escribir, luego de la cirugía en uno de nuestros ojos y tras cumplir disciplinadamente las indicaciones médicas, en un proceso en el cual, literalmente, pudimos ver el progresivo avance desde las “sombras nada más” –Javier Solís y nuestro Felipe Pirela en la manga-, hasta la definición paulatina de imágenes recuperadas, luego de casi una década con un denso velo encimándose sobre nuestros ojos.. Maravillados, asumimos que de nuevo podíamos llevar un libro bajo el brazo, alegría infinita en tiempos en los cuales los desechan.
Pero no es algo personal: alcanza a decenas de personas beneficiadas en los más recientes dos, tres meses, en el marco de un intenso plan de captación y ejecución de cirugía de cataratas y retina, para docentes, familiares y afiliados, bajo lineamientos del presidente Nicolás Maduro Moros, puesto en marcha por la ministra de Educación, Yelitze Santaella y la Junta Administradora del IPASME, cuya presidenta y vicepresidenta, Yessenia Lara y Nohemí Marcano, han estado al frente de un equipo en el cual prodigan amor, mística, respeto y solidaridad con los pacientes, a quienes además del personal de esos despachos, la Unidad Médica “Don Simón Rodríguez” y otras dependencias, muchas otras personas tienden su flor en los cmainos, como la doctora Anaís García –quien nos operó- y la señora Johana Castellanos, de la Misión Milagro, entre tantos valiosos nombres.
Detalle imposible de dejar bajo la alfombra: todo es absolutamente gratuito, impensable en tiempos de la dictadura puntofijista, contra la cual tanta sangre se derramó en los caminos del combate por la vida, por el derecho a la salud, la educación, la alimentación, sin importar el grosor de las cuentas bancaria. Valga el guiño de un ojo recuperado.
Hoy, como miles de personas, estamos con la vista clara (además de la conciencia), gracias a ese Milagro que como Misión, se trazaron en el 2004 nuestros eternos comandantes, Fidel Castro Ruz y Hugo Chávez Frías.