Por Jimmy López Morillo
Puede que el principal recuerdo que conservemos de aquel marzo envuelto en oscuridades hace ya nueve años, sea el del llanto interminable de nuestra inolvidable viejita María Modesta durante días, semanas.
Como a la inmensa mayoría del pueblo venezolano –y a millones de personas en el mundo-, a ella le pegaba en el alma el cambio de paisaje del Comandante Hugo Chávez Frías, pero además tenía sus muy personales razones: lo había conocido desde sus tiempos de oficial en la Academia Militar de Venezuela y años después, también como la gran mayoría de las venezolanas y los venezolanos, quedó enganchada a su histórico “Por ahora” del 4 de febrero del 92.
No era para menos, pues siendo ella trabajadora en el Alma Mater de nuestro glorioso Ejército, lo veía entrar a diario casi de madrigada, siendo un joven oficial, a compartir el café en la cocina con quienes allí laboraban preparando el desayuno para los cadetes. Su humildad y su sonrisa de gigante en ciernes, los había cautivado.
Por eso aquel “Por ahora” y todo lo que vino después, la llevó a entender y compartir las luchas en las que estábamos involucrados desde que apenas salíamos de la adolescencia, y hasta el fin de sus días fue desde entonces una revolucionaria irreductible.
Hubo otro detalle que nuestra viejita relataba con orgullo: Ya siendo Chávez Presidente, acudió a aquella Academia a imponer botones a trabajadoras y trabajadores y allí estaba ella, en la firmeza de sus muy adoloridas piernas, esperando el suyo. Su sorpresa fue mayúscula, cuando el ya mítico personaje la miró a los ojos y, haciendo gala de su prodigiosa memoria, la saludó: “Hola, María. ¿Cómo están los muchachos?”.
Como ella, muchísimas personas tenían –tienen- vivencias con nuestro Comandante, cercanas o lejanas, que de alguna manera marcaron para siempre sus vidas y por ello el llanto desbordado de nuestra madre aquel 5 de marzo y los días, semanas subsiguientes, no fue sino el reflejo de lo que ocurrió con miles, millones de personas no solo en Venezuela, sino en buena parte del planeta.
Porque Chávez, esencialmente, más allá de los estrictamente político, de su visión geoestratégica del mundo, de su condición de genio y gigante, dejó su huella gracias a esa humildad con la cual se sembró en el alma y los corazones de miles, millones de personas en el globo terráqueo. Eso fue lo que lo convirtió en mito.
Es esa la razón por la cual no han podido sustraerlo de la conciencia del pueblo, sin importar incluso quienes traicionan su memoria y su legado desde fuera y dentro del gobierno –que los hay, sin dudas-. Porque con esa humildad, la que nos es común a la gran mayoría, lo palpamos y quedó arraigado en todos los caminos de la Patria, quedó sembrado para siempre entre nosotros, sin importar los tiempos.
Y por eso todos los días sin importar la fecha, en algún momento, en algún rincón, algún camino, siempre habrá una lágrima, un recuerdo hermoso y una sonrisa apuntando a su memoria imperecedera, a la vida que aún sigue teniendo, más allá de aquel 5 de marzo.